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DOMINGO IIº DE PASCUA 16 de Abril de 2023

«Señor mío y Dios mío».

Resucitar con Cristo es nacer a una vida nueva. Es conocido el ideal de las primeras comunidades cristianas; así encarnan la vida nueva: la escucha y acogida de la Palabra -enseñanza de los Apóstoles-, la fracción del pan -Eucaristía-, la vida en común hasta compartir los bienes para que nadie pasara necesidad (1ª lectura). ¿Es nuestro ideal comunitario?.

Esta regeneración se mantiene viva por la Esperanza: «no habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo véis y creéis en Él y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado». (2ª lectura); la meta de la Fe es la salvación ya iniciada, aunque todavía no ha llegado a su plenitud.

El salmo 117 expresa y prolonga la alegría de la Pascua: «este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo»; es manantial de nuestra gratitud al Señor, es el signo más hondo de su misericordia; Cristo vive y en Él todos los que creemos y nos alegramos de su Victoria.

Jesús Resucitado va al encuentro de sus discípulos miedosos, encerrados en una casa; su presencia acontece en nuestra Asamblea de Fe: Jesús en medio, nos sigue saludando con la Paz; Jesús muestra sus heridas y nos llena de su alegría si vivimos con Fe las celebraciones de Pascua. Jesús exhalando su aliento -su Espíritu- sobre ellos, abre las fuentes del perdón, Jesús nos incorpora a su Resurrección. (Evangelio).

Hay una segunda parte en el Evangelio de hoy: ocho días después el protagonista del encuentro es Tomás, uno de los doce, ausente cuando vino Jesús; Tomás no cree a sus compañeros; personifica la increencia que nos envuelve; muchos contemporáneos nuestros solo creen en los avances de las ciencias, que se experimentan y comprueban empíricamente; hoy la confianza y la fe en los testigos pierden importancia, apenas se valoran…Jesús se dejó palpar por Tomás que, conmovido, proclama su fe profunda y sincera: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús llama dichosos a los que creemos sin verle ni tocarle las heridas.

Formamos parte de la multitud que no hemos visto al Resucitado; no hemos visto el brillo de sus ojos, ni hemos tocado la orla de su manto, ni escuchado el timbre de su voz, ni la convicción de su Palabra, ni hemos asistido a su oración del Padre nuestro, ni hemos presenciado sus curaciones y caricias a los enfermos; no le hemos visto agonizar y morir…pero le amamos porque Él nos ama hasta el extremo; ningún «salvador» le supera. El Señor Resucitado es para siempre la Vida de nuestras vidas.

Jaime Aceña Cuadrado cmf

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