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DOMINGO XX del T. Ordinario 16 de Agosto de 2020

» ¡Señor, socórreme!»


Acoger al extranjero y al que viene con otra cultura es problema antiguo y nuevo.

Los extranjeros estaban excluídos del Pueblo de Dios ( Dt. 23, 2-9).
Después del destierro en Babilonia, durante la Restauración de Israel, se abre paso el universalismo salvador: todo el que practique el derecho, la justicia, guarde el sábado y ame el nombre del Señor, será Pueblo de Dios, hijo de Abraham: «porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos» (1ª lectura).

Cristo da cumplimiento y plenitud a la Salvación universal; el Reino de Dios acoge a todos, israelitas y extranjeros; con una condición: la FE. Creyendo firmemente en Cristo se sacia el hambre y la sed y se tiene vida eterna y seremos resucitados por Él en el último día, vida resucitada que nos cultiva el Espíritu en el presente, cada día. Es nuestra Fe, que también pueden vivir los extranjeros como la mujer cananea: «mujer, qué grande es tu Fe, que se cumpla lo que deseas» (Evangelio).

El salmo 66 es plegaria por la vocación de todos los pueblos -sin distinción de cultura, raza o ideología- a formar parte del Reino definitivo de Dios: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben».

Pablo, por su vocación, da a conocer el Plan Salvador a los gentiles para que acepten el amor del Señor y se salven. «Los dones y la llamada de Dios son irrevocables…vosotros al obedecer habéis obtenido misericordia»; los Israelitas, «si obedecen alcanzarán misericordia (2ª lectura). Pablo sufre por el rechazo de Israel a Jesús-Mesías…espera y desea que se convierta.

Jaime Aceña Cuadrado cmf.

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